Por el profesor Tresemés, doctor en Mundología por la Universidad de la Calle (en realidad, por su becario en el Departamento, Frames Killgrayhair, especialista en traer y llevar cafeses
, vaciar ceniceros y papeleras, y mirar al Oriente cuando le toca). Actas de la conferencia dictada en el marco de los actos de apertura en canal del curso académico en el Paraninfo de la Universidad Pompa i Parla.[…] Según el escritor francés de nombre eufónico
Bernard Le Bouvier de Fontenelle, «la vanidad es el amor propio al descubierto». A nadie extrañará pues, tras haber leído su
Polvo en el aire, con ¿poemas? tan transparentes como «El gran masturbador», que
Marcos Matacana Martín-Retriever sea un experto en la práctica del amor propio, o lo que es lo mismo, según el francés ese (perdonen que no vuelva a pronunciar un nombre tan largo), que Matacana sea un vanidoso de catálogo (pero vano vano, tirando a vacuo).Pues bien, creyendo que con sus versos había logrado al fin el reconocimiento y la admiración que su persistente acné y sus peludas palmas de las manos le habían hurtado durante cuatro décadas de vida, atacado por la presbicia y con la médula como una uva pasa, además de hinchado cual pavo que despliega su imponente cola (y no piensen mal, que ya les vale también a ustedes), el poetastro encargó una biografía a su altura: una biografía que glosase los momentos más destacados de su existencia (que serían todos, según creía él). Con cierta lógica, pensó que, si aun siendo más jóvenes, otros espejos de humildad como
Justin Bieber,
Hannah Montana,
Jorge Lorenzo o
Cristiano Ronaldo tenían sendas biografías llamando a las masas compradoras desde los escaparates de las librerías, él debía tener también un relato de sus gestas que lo glorificase en el
Parnaso de las Letras. El problema se le planteaba a la hora de encontrar al biógrafo adecuado, ya que comprobó que los más reputados solo se interesan por la vida de
los muertos ilustres (Cernuda, Borges, Cirlot, Miliki, Torrebruno…), o descubrió con espanto que directamente habían muerto ya (Homero, Suetonio, Virgilio…). En fin, que diremos, por no alargar estos prolegómenos (dejemos la paja y vayamos al grano), que Matacana tuvo que hacer el encargo de su biografía a una persona cercana, en la que no obstante confiaba plenamente: el ínclito profesor Tresemés (yo mismo). La decepción, a la postre, fue tremenda, como podrá comprobarse.En efecto, el interesado (que siempre lo es) esperaba recibir de manos del docto profesor (de las mías propias) un extenso poema épico «que dejase a Ariosto en bragas» (esa fue su desafortunada expresión), a lo
Ercilla o a lo
Camões: una sucesión interminable de tercetos encadenados, o de octavas reales, o de versos heroicos de marcial aliento… Sin embargo, el profesor
Tresemés (este humilde servidor que les habla) le hizo entrega de lo que él consideró una ramplona biografía en prosa que, para colmo, no ensalzaba su figura de héroe lírico como creía merecer. No obstante, por no desaprovechar la ocasión de estar en el candelero (aunque fuese para arder y consumirse en él), Matacana permitió la publicación por entregas de esta autorizada biografía desautorizada (valga la paradoja), que ahora les paso a leer estirándola como un chicle para justificar el dinerito que me voy a embolsar con este acto académico. Si se animan a quedarse, sin duda alguna saldrán defraudados, pero quizás su atención les aparte por un rato de otros vicios onanistas, que es a lo que lleva el aburrimiento (y lo saben tan bien como el propio Matacana, porque mucho ver la paja en el ojo ajeno pero luego…).
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